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Del Autocinema al Autovidema. Quinto Elemento No. 3 por Luis de Llano

 

Quinto Elemento

No. 3

 

por Luis de Llano Macedo

 


 

Del Autocinema al Autovidema.

 

 

6 DE JULIO DE 2020

 

Hace apenas unos pocos días me decidí por fin a salir a la calle y recorrer en auto algunas calles de nuestra gran ciudad de México, que en el tránsito hacia una nueva normalidad ahora estrena su transición hacia el semáforo naranja.

 

En una lucha interior entre el riesgo epidemiológico y la urgente necesidad de despertar del letargo, recorrí, temeroso y con cierta culpa, el área norte de la colonia Polanco, y pude ver con asombro que aunque muchas tiendas y negocios permanecían cerrados, el flujo de gente era bastante nutrido, eso sí, la moda por estos lugares era el uso del cubrebocas con imágenes impresas que iban de lo obvio y trendy del logotipo de la marca comercial y de la tierna trompita de perrito imitando la app de Snapchat, hasta la descarnada sonrisa de la típica calavera de los fans del heavy metal.

 

Lo que me impresionó fue el uso extendido de vistosas caretas transparentes de plástico que le daban un toque “marciano” a lo terrenal y cotidiano; pero lo que más llamó mi atención es que el Autocinema Coyote que está cercano a Polanco se encontraba abierto, y en su cartelera anunciaban que los boletos para la función de “Pulp Fiction” se encontraban ya agotados, pero para la proyección de “Contagion”, aún había disponibilidad…

 

¿Ironía del destino, o simple casualidad? No cabe duda que la vida es una película con permanencia voluntaria que todos protagonizamos, y el hecho de que ya estemos agotados de los “tiempos violentos”, pero disponibles para el “contagio”, me provocó una solitaria y muda risa, pues mi propio cubrebocas lo evitó (en ese momento descubrí otra aplicación del bendito cubrebocas como un infalible tapa expresiones... ¡ja!).

 

El concepto de ver una película en un Autocinema o “Drive In” me trae muy buenos recuerdos, y más tratándose de esta zona de la ciudad, pues en los días de mi temprana infancia recién estrenaron el Autocinema Lomas, promocionándolo como: “El primero en América Latina, el más suntuoso, y cómodo”; algo prácticamente irresistible para el buen cinéfilo de la época.

 

Recuerdo con mucha alegría que mi madre Rita nos subía a su automóvil y nos llevaba ahí a ver los estrenos de Disney, como: “Peter Pan” o “La dama y el vagabundo”, aunque en el menú de películas de aquellos días no podían faltar los filmes de acción típicos de la posguerra, los clásicos de ciencia ficción como “Godzilla”, “La mosca” o “20,000 leguas de viaje submarino” y “Viaje al centro de la tierra” (que de alguna manera fueron mi primer acercamiento a la obra literaria de Verne y otros autores del género), y mis favoritas: las aventuras de héroes espaciales como: “Flash Gordon” y “Buck Rogers”.

 

 


 

 

Aquellos sí que eran festines cinematográficos en muchos  sentidos, pues parte muy importante de la fiesta que representaba ir al autocinema, era pedir como servicio al auto: ¡Pasteles, empanadas, pollo frito o helado!

 

Para finales de los años cincuenta la ida al “Drive In” se convirtió en toda una moda y en la ciudad de México surgieron autocinemas en Satélite, la Del Valle y Coyoacán, lugares en donde las parejitas adolescentes, o “la flota” se reunían para “interactuar a escondidas” y disfrutar funciones de películas con olor a palomitas, malteadas y una que otra cerveza y bebidas espirituosas que (según cuenta la leyenda) entraban de contrabando.

 

Como sucede con la mayoría de las modas, ya en los años 80, la fiebre del autocinema comenzó a caer en desuso debido al estreno de grandes Salas Cinematográficas que se promocionaban con el plus de la tecnología Dolby Stereo, Sensurround o THX; y ya en los albores de los 2000, la llegada de los Multicinemas, las tecnologías digitales como el IMAX 3-D, las tecnologías 5.1 y 7.1, además de otras experiencias de efectos especiales cada vez más impactantes e incluso los sistemas de butacas que interactúan con el espectador, llevaron al autocinema a ser tan solo una experiencia de la nostalgia vintage.

 

Hablando de un primo cercano de la cinematografía: La Televisión y el Televisor, la tecnología también tuvo un impacto evolutivo en la forma de producir, fotografiar y trasmitir las señales televisivas, pero también en los contenidos, las narrativas, y por supuesto, en la forma y calidad de los aparatos televisores caseros.

 

Del fenómeno de la evolución de la industria televisiva les puedo hablar ampliamente y con conocimiento de causa y efecto, pues a través de cinco décadas he sido testigo, protagonista y cómplice de esta evolución imparable y disruptiva de la televisión; comprendiendo que el termino tele-visión o imagen a distancia también incluye a cualquier dispositivo que tenga pantalla, como la computadora, la laptop o el celular.

 

Lo cierto es que en algún momento del transcurso de 50 años de televisión en el siglo XX y las primeras dos décadas de este tercer milenio, el aparato televisor pasó de ser el elemento que vinculaba a la familia en el corazón del hogar y reunía a varias generaciones en torno a la pantalla, la tecnología, los cambios sociales, el crash digital y la soledad online, han llevado a convertir la experiencia televisiva en una actividad casi frenética, unipersonal y más adictiva que antes,  pues una de las características recurrentes de los contenidos televisivos era la consabida frase: “continuará la próxima semana…”, y esta expectativa se ha perdido lamentablemente,  ahora que es posible acceder a todos los capítulos de una misma serie, el mismo día y a cualquier hora.  

 

Ahora bien, hablando del Futuro de la T.V., el año pasado tuve la oportunidad de realizar una investigación y compartirla a través de una colaboración editorial con el tema: Las pantallas del mañana; y en ella hablaba, entre otros temas, que la experiencia inmersiva sería una de las tendencias del Cine y la T.V. como industrias e incluirán una interacción total de los cinco sentidos.

 

Mi prospectiva era que el estándar de las duraciones de las películas de 90 a 120 minutos y de las series desaparecerá;  que cada producto de entretenimiento durará lo que su historia precise, además de que sólo habría dos tipos de formatos: Películas que se ven en casa, y Películas que se ven en público.

 

Así mismo, en un futuro muy cercano veríamos la explosión de películas y productos televisivos de autor, además de  mayores propuestas de garage; y en ese sentido sería el espectador quien decidiría qué películas, series o contenidos se  realizarán, y cuales no, aun antes de que empezaran a producirse.

 

Imaginé un futuro en el que los ordenadores crearían la ficción en sus múltiples formatos, y el cambio más importante vendría en el qué o en el quién escribiría la historia; ya que  en lugar de que alguien más (por lo regular un equipo)  escriba, grabe o filme la historia, nosotros mismos seríamos quienes pre produciríamos, realizaríamos y proyectaríamos nuestra propia película, todo esto a través de un ordenador conectado a nuestro cerebro. Esta película más que íntima y personal se vería ya no en la pantalla de plata, ni en una de cristal enrollable, ni en el gadget de moda, sino en cualquier superficie al que el internet de las cosas te diera acceso holográficamente.

 

Todo sonaba lógico y muy posible hace tan solo hace un año, pero ¡chispas!, como dice la canción: “la vida te da sorpresas”, y el futuro resulto ser una incógnita en progreso, que de repente en este 2020 nos está llevando a un tiempo en donde ver por el retrovisor de la pantalla casera y la de plata, no solo para evolucionar, sino simplemente para que la industria de las imágenes a distancia del Cine o la T.V., puedan sobrevivir.

 

Aun cuando la retromanía ya era un fenómeno en los tiempos pre-pandémicos, y contra todos los presagios históricos, la televisión no mató al cine, ni el streaming y las plataformas virtuales acabaron con la televisión viva; ni los videoclips o la piratería mataron a la música, o el CD acabó con los acetatos, y muchos etcéteras más. En ese contexto, el distanciamiento social, la hipersanitización y los semáforos Covid-19 no han podido acabar con nuestra vieja y muy querida costumbre de ver cine, ir al cine y hacerlo “en manada”, como un ritual social inquebrantable. Y para muestra, basta el inesperado y reconfortante regreso del “Drive In” como fenómeno que ejemplifica nuestra terquedad, pero también nuestra resiliencia. No cabe duda que los humanos somos animales de costumbres muy arraigadas.

 

Es curioso, pero al ver a tanta gente caminando por las calles con el rostro cubierto de caretas, me imagino que cada uno de nosotros tiene un “autocinema” personal en donde la película de nuestra vida transcurre a través de una ventana protectora que nos mantiene hasta cierto punto distantes de la pandemia, pero presentes y activos en una especie de nueva normalidad que con algo de sarcasmo me ha dado por llamarla: “La era del Autovidema o de la Autovidemia”.

 

Y mientras sigo recorriendo las calles de esta ciudad en donde a pesar de que el contagio acecha y la violencia  recurrente nos mantiene con “un ojo al gato y el otro al garabato”, recuerdo la imagen de un film de culto que alguna vez pude ver en el autocinema y que ahora me parece no solo reflexiva, sino hasta cierto punto profética.

 

Se trata de la escena más famosa del film “El Séptimo Sello” de Ingmar Bergman, en la cual un caballero medieval  que regresa de las Cruzadas descubre que la peste está asolando el territorio y de una manera inesperada se topa de frente con la muerte caracterizada de un personaje oscuro y terrorífico que lo reta a jugar ajedrez, teniendo la vida como premio.

 

 


 

 

La analogía me pareció muy cercana (aunque nada optimista), pues en estos tiempos de oscuridad pandémica casi medieval, cada vez que salimos en una especie de cruzada personal, le estamos apostando nuestra propia vida a la caprichosa muerte.

 

Pongámonos muy vivos, en alerta y respetemos  cuidadosamente todos los protocolos sanitarios, pues en esta era de la autovidemia no se trata de perdernos el final de la película de nuestra propia existencia, sino de disfrutar de una  larga y fructífera permanencia voluntaria de vida, cuidándonos, sí, pero también cuidando a los demás.

 

¡Muchas gracias y hasta la próxima función¡

 

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