Quinto Elemento
No. 18
por Luis de Llano Macedo
El rebote, la piedra y la cabeza ajena
26 DE OCTUBRE DE 2020
Ya estábamos advertidos y no hemos querido, o podido, hacer caso. En estas dos últimas dos semanas las noticias de una nueva ola de casos del rebrote de la pandemia en Asia y Europa no pueden ser más obvias: el COVID 19 contraataca y el escenario se torna escalofriante.
Mientras en todo el planeta por una parte se propagan las manifestaciones en contra de las medidas gubernamentales para contener el virus, los casos de infectados a nivel mundial superan ya los 40 millones de casos y el número de fallecimientos rebasa ya el millón de personas.
La tendencia al repunte indica que estamos muy lejos de ver la luz al final del túnel, y aun así, el pasado viernes las autoridades de la CDMX mantuvieron el semáforo preventivo en color naranja, aunque la percepción general es que el anhelado verde está aún muy “verde” para ser amarillo y el regreso a rojo puede ser inevitable.
Lo único que permanece inamovible es la disyuntiva entre el tema sanitario y lo económico; la perspectiva entre lo particular y lo general nos está llevando a salir a la calle para despertar del letargo obligado, aun a costa de nuestra propia seguridad.
Por supuesto, la actitud fatalista no es muy agradable, pero no es tiempo de caer en el optimismo y cerrar los ojos ante la realidad: el pasado sábado 24 de octubre la Organización Mundial de la Salud a través de su vocero y director general, Tedros Ghebreyesus, emitió una nueva alerta declarando que "Estamos en un momento crítico de la pandemia, en particular en el hemisferio norte”, agregando que: "los próximos meses serán muy difíciles, pues algunos países se encuentran en una vía peligrosa”.
El hecho es que Europa refuerza medidas sanitarias ante segunda ola de Covid-19 y se encierra un poco más para intentar frenar el rebrote, mientras que en Asia se habla ya no de una segunda sino de una tercera ola pandémica; y, por ejemplo, en China, sitio donde se origina el letal virus, se habla nuevamente ya de un “modo de guerra” lo cual implica bloqueos de barrios, cuarentenas, cierres de establecimientos, restricciones de movimiento y pruebas masivas. Lo cierto es que por esa mentalidad disciplinaria que tanto caracteriza a los chinos, no les ha temblado el pulso a la hora de tomar las medidas necesarias para frenar estos rebrotes.
Si bien es cierto que por lo menos durante todo esto 2020 la pandemia no ha dejado de ser una noticia de primera plana, tal parece que nos hemos olvidado de las grandes lecciones de la Historia y el dicho aquel de que “un pueblo sin memoria está condenado a repetir sus propios errores”; hay que asomarnos a lo que las experiencias que otras pandemias han dejado muy claro.
Según explica la profesora en ciencias María José Báguena Cervellera de la Universidad de Valencia en un artículo aparecido en el diario español La Vanguardia: “Varias enfermedades a lo largo de la historia han provocado diversas pandemias, sobre todo aquellas producidas por un virus, como la viruela, la gripe y la fiebre amarilla. Al igual que en el caso del coronavirus, se trata del mismo patógeno que aún no ha desaparecido y que vuelve a cobrar impulso”, y agrega que: “desde la plaga de Atenas en el año 430 A.C, hasta el Covid-19 en el siglo XXI, más de 20 pandemias han puesto en riesgo la supervivencia humana. Cuatro de las más mortíferas han sido la peste negra, la viruela, la gripe española y el Sida”.
Quizás uno de los rebrotes más traumáticos, y a la vez más cercanos, sean los que históricamente se debieron a la erróneamente llamada “la gripe española” ocurrida entre 1918 y 1919, la pandemia más dañina de los tiempos contemporáneos. La enfermedad se inició en un campamento militar de Estados Unidos en 1918, en el último año de la Gran Guerra, y cuando sus soldados se trasladaron a Francia, llevaron consigo la enfermedad a toda Europa.
El hecho es que cuando en aquellos tiempos de guerra los medios de comunicación imponían una fuerte censura, se empezaron a contabilizar las primeras muertes por esta gripe en la península hispana, territorio que se declaró neutral ante la guerra, todos los periódicos españoles informaron sobre este nuevo virus, su peligrosidad y su rápida expansión.
El resto de los países, en plena contienda, no quisieron hacer pública esta situación para no generar una alarma social que pudiera debilitarles. Por esta razón, se denominó “gripe española”.
Lo cierto es que a 100 años de que esta “gripe española” ocurriera, los cálculos de los historiadores estiman que cerca de 500 millones de personas en el mundo (un tercio del total) se contagiaron con esta gripe de origen aviar y, al menos, se produjeron 50 millones de muertes a nivel global. El caso que según se ha determinado, la segunda oleada de esta pandemia fue la más letal, pues el virus de la gripe se había atenuado con el calor del verano, pero en otoño se produjo un rebrote más grande que el primero, y este hecho tal parece que es muy importante no solo recordar, sino reconocer en estos tiempos pandémicos del tercer milenio.
Pero yendo aún más lejos, y profundizando en el origen y no solo en las consecuencias de las oleadas pandémicas, los científicos coinciden en que los humanos y nuestra sesgada y ambiciosa visión del progreso definitivamente juegan un papel decisivo en esta pandemia. La destrucción de hábitats naturales, la disminución de la biodiversidad y la alteración de los ecosistemas hacen que tales virus se propaguen. Así lo confirma un nuevo estudio exhaustivo realizado por científicos del centro Sustainable Europe Research Institute publicado en el portal de la agencia alemana Deustche Welle.
Expertos e investigadores advierten desde hace mucho tiempo de que la destrucción de ecosistemas favorece la transmisión de virus de animales a personas, y según dice Joachim Spangenberg, ecólogo y vicepresidente del centro de estudios que emite esta investigación, no cabe la menor duda: "Nosotros originamos esta situación, no los animales y no solo eso, sino desde la década de los 80 del siglo XX, los brotes infecciosos se han cuadruplicado y el SARS-CoV-2, y la enfermedad COVID-19 causada por él, demuestran que, en este mundo tan globalizado, estos brotes se convierten rápidamente en pandemias.
Si bien es cierto que nadie escarmienta en cabeza ajena, las estadísticas al respecto no pueden ser más reveladoras a nivel internacional de que nuestra respuesta es más reactiva y menos preventiva; en otras palabras, reaccionamos más ante el miedo que a la razón y esta mentalidad nos sigue cobrando la factura.
Sin embargo, por lo menos en nuestro país seguimos aun deliberando entre si el uso obligatorio de un cubrebocas es “política y electoreramente correcto” y peor aún, seguimos enganchados en el debate entre si las energías limpias son un “sofisma” o son una imperiosa necesidad que cambiara nuestra relación con nuestro planeta a punto del ecocidio.
No cabe duda de que la peor pandemia somos nosotros, los seres humanos, que tropezamos una y otra vez con la misma piedra, hasta que en esta última piedra se escriba como epitafio: “No quiso usar el cubrebocas”. Tétrico y sombrío, pero muy real ¿no lo creen?
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