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Retorno a Ciudad Burbuja Bitácora del Autoexilio No. 10 por: Luis de Llano

 

Bitácora del Autoexilio

No. 10

 

 

 

Retorno a Ciudad Burbuja

 

 

LUIS DE LLANO M. | 16 DE JUNIO DE 2020

 

El atardecer cae rápidamente sobre los cerros, y a lo lejos y desdes las alturas puedo observar que las luces de la gran ciudad se encienden tímidamente, mientras en algunos edificios los rojizos reflejos de los cristales replican la inminente caída del sol en el horizonte del Valle del Anáhuac.

 

Voy de regreso a la CDMX con mi esposa y mis hijas, después de casi 12 semanas, y frente a mí, las intermitentes líneas blancas de la carretera son devoradas por la velocidad de mi automóvil.

 

No puedo dejar de recordar con cierta nostalgia aquellos días en que de regreso por esta misma carretera, al día siguiente sería lunes de vuelta al colegio y esa sensación de: “se han acabado las vacaciones”, y el típico revoloteo de mariposas en el estómago regresa a mí como un acto reflejo.

 

Esta vez, el regreso no es a la escuela, ni a la cotidianidad urbana, sino a algo que se la ha dado por nombre: “La nueva normalidad” y el término no solo me resulta inquietante y confuso, sino que en muchos aspectos raya en lo sobrecogedor.

 

Mientras sigo acercándome a la caseta de entrada, puedo observar que a diferencia de aquellos días postvacacionales en que las largas procesiones de autos y camiones eran el primer indicio de la llegada a la gran urbe de los interminables embotellamientos y la arraigada costumbre de hacer filas prácticamente para todo.

 

Pero la realidad tiene los efectos de una ducha de agua fría, y en cuanto llego al Periférico, comienza a diluviar, la noche ha caído, y súbitamente “me llueven” mentalmente todas las noticias, predicciones, avisos y pronósticos que he podido recopilar previendo mi retorno a esta CDMX, en donde lo mismo ya no es igual, y lo distinto del nuevo panorama es una conjetura inquietante.

 

Lo primero que me llama la atención, es que el presente depende de un semáforo epidemiológico de varios colores que indica el nivel de riesgo de “salir a la calle”, y quizá este hecho y las declaraciones de los opinólogos oficiales y los amateurs contrastan día a día, la única verdad es que la letalidad del peor villano de este siglo, el temible virus que transformó a la humanidad en menos de seis meses, sigue acechándonos en el aire, en los medios, en la mentalidad, en la duda, en la irresponsabilidad, en las fake news, en los trastornos mentales, sociales, pero sobre todo, en las secuelas económicas y políticas que un organismo microscópico transformó al ser humano de este tercer milenio.

 

Cualquier predicción futurista (un tema que me apasiona y del cual ya he escrito en mis entregas anteriores) quedó superada por la realidad y su quizá versión más distópica está sucediendo aquí  y ahora.

 

Si bien es cierto que el futuro inmediato también puede ser una mera proyección a priori de nuestros temores y esperanza, y varía mucho de acuerdo al estado de ánimo en que nos encontremos, hay que escuchar a los especialistas y en ese sentido tuve la oportunidad de conocer algunas opiniones al respecto en la reseña de un seminario realizado hace unos cuantos días a través de la plataforma zoom.

 

Este encuentro digital, que no podía haberse realizado de otra forma y este es el signo de nuestros tiempos, se tituló: “Nueva normalidad y reingeniería social” y en él me llamó mucho la atención que todos concuerdan en que todo parece indicar que el proceso de aceleración digital que define a esta nueva era postcovid-19 traerá cambios significativos en las relaciones sociales en el mundo entero; y los primeros signos urbanos ya están a la vista, no solo en las aulas digitales, sino en actos que en el pasado hubieran sido cotidianos, como: Ir de compras al supermercado, transportarse ya sea en coche, en el sistema colectivo o viajar en avión, hacer una cita con el médico, organizar una comida dominical, o incluso realizar una operación bancaria o cualquier trámite burocrático.

 

Por supuesto, el home office, las reuniones virtuales, la enseñanza a distancia, el e-commerce y el poder de la sociedad digital en cuanto a la información y opinión en todos los ámbitos se refiere dejarán secuelas en esta era de la resiliencia que inicia ya en este 2020, aun cuando no existe una vacuna probada ni una fecha probable o creíble para que esta pesadilla sanitaria termine.

 

En el ámbito de la cultura, el entretenimiento y el espectáculo, no solo el futuro, sino el presente son no solo inciertos sino hasta cierto punto muy negros. Pese a todos los esfuerzos que el medio del entretenimiento, los artistas de todas las disciplinas y los deportistas de cualquier especialidad por permanecer activos, vigentes y solidarios con el público, lo cierto es que nada puede sustituir un concierto en vivo, un partido en directo, una representación teatral, o el simple hecho de ir a una sala cinematográfica para ver el estreno, y no la repetición vía streaming de un buen film.

 

El pasado miércoles pude ver en el programa "The Late Show with Stephen Colbert" la presentación del grupo “The Flaming Lips”, y me llamó mucho la atención que todo el grupo realizó su performance cubiertos completamente por burbujas plásticas, y lo curioso, es que durante el programa también reprodujeron fragmentos del videoclip de uno de sus éxitos, en donde el público presente en la grabación del concierto también estaban protegidos con sus respectivas burbujas de plástico. Este video fue filmado ¡hace 21 años!, pero avizoró nuestro presente.

 

Sin embargo, en esta serie de referencias a “burbujas” dentro del espectáculo, no hay que olvidar que en 1976 un muy joven y casi desconocido John Travolta protagonizó el film “El niño de la burbuja de plástico”, basada en la historia real de David Vetter, quien nació con una extraña deficiencia del sistema de inmunidad por la cual cualquier enfermedad, microbiana o viral, podía significar su muerte. Fue por ello que los médicos de aquellos años decidieron construirle un espacio completamente libre de gérmenes aislado dentro de una especie de recipiente o membrana de plástico impidiéndole todo contacto humano.

 

En el film, el personaje adolescente asiste a clase por medio de una cámara de video, desarrolla altos poderes intelectuales y finalmente sucumbe a la realidad cuando se enamora de una vecinita y decide salir al campo con las esperadas y fatales consecuencias. El niño Vetter muere trágicamente, Travolta saltó inmediatamente a la fama, y este film hizo llorar a toda una generación setentera.

 

Pero hoy, la historia del “niño de la burbuja” resulta una trágica predicción de un presente en donde los menores que han nacido en estos días de confinamiento  han sido llamados con cierta ironía: “Postpandennials” y nos tenemos que ir acostumbrando ya a vivir en los entornos de aislamiento social, sana distancia y cubrebocas obligatorios de nuestra “Ciudad Burbuja”.

 

Sin ánimo de ser catastrofista, una de las percepciones actuales es que nos encontramos en el ojo del huracán a mitad de una tormenta perfectamente planetaria, y esta crisis sanitaria puso al descubierto las debilidades de nuestros sistemas económicos, los falsos valores de la modernidad globalizada, la incapacidad de los políticos actuales, el carácter dogmático de las religiones, las brechas sociales, la insuficiencia de los esquemas sanitarios masivos, nuestra ineficiencia para prevenir catástrofes recurrentes a través de la historia, y muchos etcéteras más que si bien, son ciertos, son difíciles de digerir sin caer en problemas de insomnio durante muchas noches, y en la depresión durante varios días tratando de respondernos: ¿Qué hemos hecho tan mal? o pero aún ¿Este es el final?. Y en el extremo de la paranoia, pensar que todo se trata de una “conspiración para establecer el nuevo orden mundial”.

 

Por otra parte, y en el anverso de la moneda, los gurús de la automotivación y el desarrollo personal, tan de moda en estos tiempos, y los filósofos contemporáneos nos hablan de: “Transformar el reto en una oportunidad”, “Que este es un nuevo punto de partida y siempre se puede sacar algo positivo de todas las situaciones por muy dramáticas que sean”; que “Solo nuestra capacidad de evolucionar e invocar a la resiliencia nos va a sacar adelante”; “Que hay que cultivar en el presente lo que queremos para el futuro”; o que “La sociedad será diferente dependiendo de lo que hagamos desde nuestra libertad y en la crisis está habiendo cierta unión, las personas toman conciencia y se agradecen los esfuerzos de los grupos sociales que trabajan para mantener la salud, la distribución o la seguridad”.

 

Y mientras llegó finalmente a mi casa, me doy cuenta que la lluvia ha cesado, mis hijas y mi esposa abren los ojos después de este largo viaje, y yo recuerdo las palabras, no de un filósofo clásico, ni de un profeta apocalíptico o de un Premio Nobel de Literatura encumbrado, sino de un personaje de una película animada de Disney que he visto una y otra vez con mis niñas, en la cual el maestro Oogway le dice a Kung Fu Panda: “El ayer es historia, el mañana es un misterio, el hoy es un regalo, por eso se llama presente”, y no puedo menos que sonreír al  pensar que muchas veces la sabiduría, las lecciones de vida y las palabras mágicas que te hacen reflexionar de forma asertiva están muchas veces a la vista, quizá en lo más trivial, pero lo importante está en saber reconocerlas y apreciarlas.

 

Llegamos por fin a donde partimos hace tanto tiempo y hemos aprendido que casa no es lo mismo que hogar, pues no importa cual sea el lugar o el motivo que nos obligue a autoexiliarnos de  nuestro entorno cotidiano, pues el hogar de mi familia es donde estamos todos juntos y no tiene cuatro paredes sino cuatro corazones. Lo logramos… estamos juntos, a salvo, en familia y eso es lo que importa.  

 


 

Suerte y éxito, mañana será otro día en Ciudad Burbuja, que aún hay mucho camino por andar… Gracias!

 

 

 

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